Marcajirka es un asenmiento pre-inka situado en cumbre de cerro, donde mayormente se observan chullpas con restos óseos en su interior; y pertenece a la jurisdicción del poblado de chinchas, provincia de Huari en Ancash. A continuación les contaré una leyenda sobre su origen.
Retrocediendo a los tiempos, nuestros remotos abuelos empezaron una vida nómada en los valles del territorio huarino. A cada paso recolectaban sus alimentos de los árboles, se vestían con pieles de animales, y habían hecho de la caza un arte de sobrevivencia, destreza tan apreciada como su amor por la naturaleza, dentro de una relación fraternal e íntima. Los ríos, la vegetación y los animales fueron dioses. Eran parte esencial de nuestros ancestros, considerados superiores frente a cualquier divinidad foránea.
Conocieron el fuego a partir de la tesonera fricción del “iscu rumi”. Fuego y naturaleza brindaban sus dadivas a los hombres. En ese tiempo, siguiendo el ritual de la religión natural, nuestros remotos abuelos no bautizaban a sus hijos, pues la vida y la salud les era otorgada por el medio ambiente, al sentir el contacto amoroso entre ser humano y naturaleza, sin necesidad de palabras, ritos o fuentes de luz. Es por este motivo que el ultimo dios decidió darles ejemplar escarmiento volcando sobre ellos un diluviano alud, destructor y temible. Se manifestaba asi el primer castigo. Empero, nuestra antigua progenie se salvó, ya que la gran mayoría ascendió al cerro llamado Marka –jirka, convencidos de que hasta las cumbres no llegaría la calamidad. Y así fue.
Ya en ese lugar se operó una gran metamorfosis de nuestra raza, pues se volvieron fuertes y poderosos. Entonces, descubrieron el fecundo contacto del hombre con la tierra: la agricultura. El cultivo de la pachamama propició el crecimiento moral de esta arcaica estirpe, consolidando un floreciente pueblo, repleto de gente que nacía como el agua de un arroyo. Cuando fueron muchos, los dones que daba la tierra no alcanzaba para todos, y surgieron las primeras peleas, las cuales se mudaron de problema a solución, cuando empezaron a sembrar en cualquier lugar, haciendo productiva hasta las piedras donde esparcían la semilla usando la tierra humus. También labraron, con fértil esfuerzo y alegría, enormes andenes. Fueron prósperos.
Entonces cayó sobre ellos el segundo castigo consistente en la abundante precipitación de “nina runtu”, que significa meteoritos por los que no entendéis quechua, el que fue resistido con la sabia construcción de pircas gigantescas de piedra, poseedoras de una fuerza monolítica muy resistente. La inclemencia se dio por vencida ante el brío y tesón de nuestros antepasados. Por ello, comprendiendo ser dominadores de la naturaleza, empezaron a conquistarla y se expandieron, pero este señorío apareció desafortunadamente acompañado de cruentas luchas, incluso entre ellos. Fue mala esa etapa, pero también trajo progreso. Cuando eran heridos en la cabeza, esperanzados en superar a la inminente muerte, utilizaron cascaras de calabaza para proteger y restañar las heridas de la cabeza. Así surgió la medicina y la curación. En este momento, la reaparición del último dios envió el tercer flagelo, haciendo resplandecer desde el este dos “Intis”. El calor era calcinante y demoledor, y a pesar de todo, sobrevivieron.
Esta nueva victoria los impulsó a respetar nuevamente a la naturaleza, por lo que construyeron chullpas y centros de adoración, usando como material sagrado la piedra dura y maciza.
Entonces lanzó este dios extraño su última sanción, y redujo la temperatura hasta colmar casi toda la tierra con frio desolador que duró muchísimo tiempo, años enteros, y mandó que la gelidez se introduzca en los huesos y el espíritu de nuestros arduos ancestros. Con esta plaga de hielo si feneció nuestra noble casta, aunque solo algunos pudieron subsistir, huyendo a lugares muy distantes hacia el sur. Solo así el último dios, conseguido su cometido, comenzó a entronizarse sobre los hombres.
En la actualidad existen diversos caminos para arribar a Marca Jirka, donde podemos observar alrededor de 20 chullpas, pobladas de vetustos huesos, recuerdo indeleble de la memoria de los hombres de este hermoso lugar: nuestros antepasados.
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